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El Negro, mi profe.

Publicado: 2013-02-06

Escucho Persiana Americana y Soda Stereo me devuelve en un instante a Iquitos: las tardes de colegio, las clases de Educación Física, pantalón corto azul, medias blancas hasta la rodilla, polo blanco con el logo del águila agustiniana. Esas clases que durante la secundaria tuvieron el rostro y la energía de Eduardo Sánchez García.

Me siento a escribir esto que ahora ustedes leen y me pregunto cuánto tiempo ha pasado. Cuántos sucesos se han generado en nuestra vida y por qué somos capaces de volver atrás para mirar, para recordar, para comparar. El lunes, temprano, la noticia del fallecimiento del profesor Sánchez, víctima de una pancreatitis, en un hospital limeño, se esparció inmediatamente entre los conocidos, las redes sociales, en los despachos de los medios de comunicación. Los ex alumnos y alumnos agustinos se reunieron a comentar con estupor y con pena, pero también a generar sus propios relatos cargados de auténtica gratitud y alegría, como si una mala noticia se convirtiese en un conjuro de contenida melancolía.

El año 1983 ingresé a la primaria del colegio San Agustín y Eduardo Sánchez era ya una institución. Alto, con esa contextura recargada que probablemente formara en el tiempo a través de los deportes, el rostro severo que, sin embargo, siempre escondía una sonrisa pícara o una mirada cachacienta. Esa misma actitud que miré desde chibolo y que aprendí a respetar. Sabía que era de los buenos. Por eso estuvo tres décadas en aquel plantel.

El Negro, como le decían en el colegio, a escondidas, los alumnos de todas las generaciones (y como le recordaban sus amigos más cercanos), se convirtió en mi profesor de Educación Física en tercero de secundaria, por tres años consecutivos. Yo siempre he sido malo para el ejercicio, y el Negro lo sabía, pero aun así no tuvo piedad. Trotes a discreción, carreras de salud, test de Cooper, gimnasia, fútbol en la cancha semi-reglamentaria del colegio, taburete y más. Era un jodido, pero siempre se la pasaba sonriendo, buscando la manera de bromear contigo, pero siempre de buena forma.

Yo me di cuenta muy pronto que era un inútil para alcanzar la gloria a través de las palmas deportivas (él también se dio cuenta), sin embargo supo administrar a cada uno la dosis que requería para que su experiencia no fuese tan traumática. En el camino, nos daba lecciones de vida, consejos para la disciplina, recomendaciones para lograr una mejor resistencia en la cancha, tips para enamorar a una chica, ideas para ser un mejor hijo, un mejor alumno, una mejor persona. No solo había respeto; había aprecio sincero por él.

Vuelvo a ver todo lo que han dicho de él quienes los conocieron y pienso que quizás el Negro Sánchez hizo bien las cosas. Cuando alguien no solo es querido, sino recordado por las cosas buenas que hizo, su muerte es una sorpresa y una tragedia en sí misma. Cuando alguien genera a través de su memoria un sinnúmero de anécdotas cargadas de alegría y nostalgia, su ausencia física no solo resulta un dolor particular, sino también una reflexión sobre los viejos buenos tiempos.

Ahí radica, quizás, el gran valor del Negro Sánchez: que a través de él nos podamos conectar en una sola idea cientos o quizás miles de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, de ser sus alumnos, de ser sus amigos.


Escrito por

Paco Bardales

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Publicado en

Diario de IQT

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