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El Amazonas, ese río...

Publicado: 2011-11-11

Nauta nos recibe con sus pasos y sus paseos, el olor caliente del pescado asado y la humeante sensación del café sobrante, los chicos que aún persiguen motos y microbuses y las jovencitas que aún te saludan con timidez e ingenuidad. Subimos al pequeño deslizador-colectivo que surca el río, sigue lentamente, escuchando los primeros acordes de la naturaleza, los pájaros que cantan entre las nubes cargadas de ceniza, en medio del sol que te golpea la cabeza con su fulgor enceguecedor, y te va cercando, te obliga a recordar que también el agua es un vehículo de salvación.

Un barco navega a través del torrentoso Amazonas. Las siete maravillas naturales del mundo esperan su presencia. Dicen los sabios del bosque que ésta ya existía muchísimo antes de que Dios naciera. El guía, un hombre muy consciente de todo lo que dice es la pura verdad, indica que los gringos se maravillan de poder estar cerca de algo que nunca podrían tener allí donde viven. Ni con toda la plata del mundo puedes comprar una maravilla como esta, por eso lo quieren privatizar, le quieren poner precio y hacer que tenga dueño.

El Amazonas no se vende, es la voz unísona que se escucha en la nave, el Amazonas nos saluda, tan increíblemente grande y tan inmenso, tan respetable que no dan ganas de navegarlo, solo podría mirarlo, horas enteras, una maravilla natural frente a tus ojos, su encuentro confluyente, su nacimiento a costa de los rebeldes Ucayali y Marañón.

Yo imagino a Francisco de Orellana, ya en 1542, avizorando algo más que una contingencia geográfica de un territorio fabuloso, habitado por animales salvajes y seres mitológicos, dominado por guerreras de habilidad sobre natural y pechos descubiertos que subyugaban la visión de los aventureros con la exhibición de sus encantos y ferocidad, y de cuya evocación surgió la leyenda y el encanto de la onomatopeya.

En este espacio habitado por miles de sonidos que conviven pacíficamente con manierismo utópico, cientos de años atrás se había concebido la idea, grabada en la mente y los devaneos de cronistas y buscafortunas, sobre la existencia de una civilización fantástica, poseedora de una riqueza de oro y especias hasta ahora incalculable, idea de la cual surgió la famosa leyenda de El Dorado, que perdura hasta nuestra actualidad atravesando miles de corazones alrededor de la racionalidad y la burocratización.

En este horizonte territorial de voces interiores y ayahuasca, el cronista y jurista español Antonio de León Pinelo, en 1651, ya había descubierto la exacta ubicación del Edén bíblico prometido por la monárquica espiritualidad. En esta efigie geográfica, plagada de historia y naturaleza, se concentra, en generosas proporciones, la mayor riqueza biológica del planeta, el más importante reservorio de nuestro futuro global y, sobre todo, la más desconcertante acumulación de magia y misterio de la humanidad entera.

Seguimos el trayecto, y  este se convierte en impredecible, maravillosamente misterioso, y poco a poco las nubes se transforman en algodones cargados de masato, blanquísimos, y los árboles se tiñen con los colores más encendidos en los plumajes de los tucanes, loros, pihuichos, pumagarzas y de pronto nos encontramos mirando al flanco contrario, a una familia de bufeos colorados que zigzagueantes y aturdidos nos saludan/previenen.

Un arco iris se divisa en el horizonte. Entonces se acerca este momento: atracar en un pequeño descampado, caminar entre espacios deshabitados, repletos de moscos y zancudos, troncos y lianas que te tocan el cuerpo y se divierten con tu repelente, descubrir una pequeña canoa frágil, en la cual todo parece moverse, débil con remos, pero potente como un roble y, poco a poco, la sensación de ir entrando a un terreno desconocido, fulgurante, calmado, en el cual todo está detenido en el tiempo, la cocha que reposa entre aguas oscuras donde se refleja el sol, y este momento que te emociona porque de pronto, cientos, miles de hojas, miles de gramalotes, miles de victorias regias, millones de arbustos conforman una alfombra potentemente verdosa por donde la nave va, se dirige tranquila hacia un lugar que empieza a parecerse más y más a aquél sitio que llaman con cierta truculencia El Edén.

Como en un suspiro perenne, vital y apabullante, imponiéndose al azar y a la necesidad, domando la soledad, la maraña y el acoso de la depredación, experimentando la ira de Dios sobre su lacerada existencia, el hombre contempla el nuevo Reino conquistado, la nueva medida de la gracia con la sabiduría del mitayero que lo ha visto todo y es capaz de sentir que no ha visto aún nada, perenne con su modestia, su mirada cálida y el ciclo meteorológico lunar en sus manos.

El Amazonas sin embargo no es, no puede ser, tan sólo un cúmulo de especies, recursos y magia, sino que espera aún su momento indicado para convertirse en una de las grandes razones del ser, donde confluyan de modo sinfónico el amor y la espiritualidad. La Amazonía es el propio latir de los corazones, oprimidos tantas y tantas veces por dolores y frustraciones, pero que, aun así, son capaces de maquinar con todas sus fuerzas la emoción y la nobleza, reiterado a cada implacable golpe del manguaré.

A lo mejor todas las respuestas a las grandes interrogantes de nuestro mundo están en la sabiduría de estas discretas y milenarias culturas, escondidas tras el fragor del combate diario entre paisaje y humanidad.

Y es un descubrimiento tardío, pero emocionante, porque ves los peces en el agua que te persiguen, y sientes que puedes caminar sobre ese césped que Dios se olvidó de recoger en la construcción del Reino. Carajo, puedo caminar sobre el agua. Y sí, es verdad, y entonces, como en una visión, la trocha te descubre el sabor de la libertad y la admiración en medio de una de las lagunas más hermosas de la creación (un prado acuático/terrestre), sobre la cual se yergue un enorme tambo y en medio de él, el aroma de pollo asado y salsa con ají charapita.

Desde el Amazonas, en suma, la vida es una maravilla incomparable esperando su momento de justicia, pasión y libertad.

(*) Remix de los artículos “Desde el Amazonas” y “Le decían el Paraíso”, como una evocación de nuestra candidata a maravilla natural del mundo. Hoy esperamos resultados sobre el Amazonas en http://www.new7wonders.com/


Escrito por

Paco Bardales

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Publicado en

Diario de IQT

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