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Diagnóstico: amor

Publicado: 2009-04-30

Una casa de dos pisos, austera, bañada por la luz amarilla de un poste empapelado. Una pareja en la vereda, soñando, entrelazados en un abrazo infinito. Los ojos de ella fijos en él, imaginando que la vida entera no alcanzará para disfrutar tanta felicidad. Los ojos de él perdidos en la penumbra, deseando que las horas pasen pronto para irse ya.

Era una pareja de viejos. A pesar de tener veintitantos años de edad, habían llegado a conocerse demasiado bien. La diferencia es que, mientras para ella ese hecho representaba un triunfo que ameritaba un compromiso mayor, para él era el punto final e inicio del declive. A los ojos de Roberto, Pamela era tan predecible que le resultaba difícil encontrar algo que le sorprenda. Podía terminar sus oraciones, sabía cuándo estaba mintiendo y hasta podía adivinar sus pensamientos más sutiles. Lo único que no había podido lograr era convencerla de que la relación estaba perdida.

De los cuatro años que llevaban juntos, los recuerdos felices apenas alcanzaban para llenar dos calendarios. En algún recodo del camino se separó de ella y empezó a caminar a su ritmo. Las peleas se pronunciaron, las lágrimas se convirtieron en chorros de agua viva y los buenos recuerdos empezaron a brillar con más fuerza, porque cuando el presente es un torbellino de injurias, el pasado suele bañarse con la luz dorada de la nostalgia.

Pamela no era una chica cualquiera. Tenía una sensibilidad especial y solía conmoverse con cosas aparentemente sin importancia. Antes de conocerlo, disfrutaba de un variado círculo de amistades con quienes salía a divertirse los fines de semana. Tocaba la batería en un grupo de barrio, organizaba eventos y era una relacionista pública excelente. Roberto en cambio, era reservado. Tenía el rostro endurecido y su sonrisa era más bien una invitación a alejarse de él. Poseía la sensibilidad de un bloque de marfil y Pamela le pareció al principio (y tal vez al final) una chica superficial, tan ajena a sus intereses.

Es irrelevante contar cómo llegaron a estar juntos. Suele pasar. De hecho pasa casi todo el tiempo. El tipo duro y de facciones toscas que cosecha antipatías en su entorno, y la chica extrovertida con instinto maternal que llega a la conclusión de que la dureza de él es sólo una careta para ocultar su verdadero y sensible carácter. Craso error.

Pamela se enamoró demasiado pronto ¿pero quién puede regular sus afectos? La extraña naturaleza de Roberto la sedujo como un zafiro a los ojos de un moro. A veces podía ser muy apasionado y tratarla como una princesa rescatada, pero también podía permanecer callado y perdido mientras ella le correspondía con caricias desbocadas.

Ella estaba en las nubes porque él se dejaba querer. Como una monja al tomar sus votos, paulatinamente abandonó su vida anterior para adaptarse a la de Roberto. El cambio no fue dramático, de haberlo advertido quizá hubiera hecho algo para remediarlo. Simplementequería estar con él, y un día se dio cuenta de todo lo que había dejado atrás en uno de esos recuentos que solemos hacer cuando nos encontramos con viejos amigos.

Había una razón poderosa para creer que debía quedarse con Roberto: el historial amatorio de Pamela reunía una variopinta colección de infidelidades sufridas que le llevaron a pensar que la cornamenta es un mal necesario que había que aprender a soportar. Roberto en cambio era distinto. No parecían interesarle otras mujeres e incluso a veces olvidaba que tenía una. Y hasta donde ella había podido observar, no tenía aquel defecto muy macho de pasear la mirada por cada par de nalgas que cruzase su camino. Como dije, simplemente se dejaba querer. Motivo más que suficiente para que Pamela, tan maternal, lo adore.

Se adaptaron muy bien los primeros meses, incluso llegaron a dar pinceladas a un imaginario futuro juntos. Digamos que miraban en la misma dirección tomados de la mano recorriendo un sendero que parecía verde y llano como una pradera. Hasta que aparecieron los matorrales.

La primera discusión tuvo un motivo intrascendente, uno de esos chismes que dicen que nadie dice que dijo, pero como Pamela solía conmoverse con cosas sin importancia, se sintió devastada. Hizo tanto aspaviento que incluso deslizó la idea de una posible separación. Roberto, que se dejaba querer pero no deseaba que lo obligasen a ser querido, contestó que no había ningún problema, si eso es lo que ella tenía en mente.

En toda relación, las primeras peleas suelen ser el termómetro que utilizan ambos para saber hasta dónde son capaces de renunciar por orgullo, o en su defecto, de avasallar al otro. Bajo palabras aparentemente inofensivas, estas peleas encierran una suerte de cuestión limítrofe, y lógicamente, cada uno tratará de poner los hitos lo más lejos posible de su propia posición. Si el amor fuera un juego, la consigna sería: el que no le teme a la ruptura, es el que dominará en la relación.

Luego de notar que Roberto se mostraba indiferente ante la posibilidad de dar por terminada la relación, Pamela cometió el segundo gran error de su vida: se retractó, con disculpas incluidas . Dijo que no quería dejarlo, que todo fue un malentendido y que por favor, olvidemos el asunto y hagamos como si nunca pasó. Fue el principio del fin de su dignidad.

Los meses pasaron, y Roberto fue tomando las riendas de la relación. A todas luces Pamela estaba enamorada, incluso empezó a decirle que tal vez su amor estaba predestinado por los astros y cosas así, otra prueba más de que se estaba volviendo loca. Como Roberto era bastante antisocial, construyó una teoría para evitar salir a bailar con sus amigas los fines de semana: el nido de amor. Apartémonos del mundo y de sus placeres y hagamos un rincón para los dos, donde podamos emborracharnos de amor sin importarnos los demás. Cuando estoy a solas contigo soy un hombre más tierno ¿acaso no es eso lo que quieres que sea?

Poco a poco se alejaron de todos. Daban largos paseos solitarios, pasaban días enteros en hostales, se obligaban a huir de los compromisos, buscaban siempre la manera de poner barreras alrededor para no ser molestados. Roberto tenía poco que perder, pues no contaba con más de dos o tres amigos, a quienes por cierto, detestaba soterradamente. El sacrificio de Pamela fue todavía mayor. Aun así, ambos sintieron que los primeros seis meses de encierro mental involuntario fueron los más felices de la relación.

Fue en aquellos días que Roberto se dio cuenta que ya sabía todo de Pamela y no podía continuar al lado de una chica que ya no sepa sorprenderle. Y si bien al principio le agradaba la idea de tener un alma gemela, luego se dio cuenta que gran parte del atractivo de una relación de pareja era ir descubriéndola poco a poco. Quizá ella cometió el error de entregarse por completo y amar sin reservas, suprimiendo la aventura. Cobarde como todo hombre dominante, empezó a provocarla para que volvieran a tocar el tema de la separación. Su trato se volvió más áspero y las conversaciones de amor azucaradas sobre el futuro que tanto disfrutaba en la cama del hostal, empezaron aempalagarlo. En el fondo se sentía culpable por abandonarla y quería que ella lo abandone primero. Típico.

Desgraciadamente, Pamela no sólo estaba enamorada, sino ciegamente enamorada. En los cambios de humor de Roberto apenas vislumbraba tormentas pasajeras,fácilmente remediables con una dosis más elevada de tolerancia y comprensión. Él acabó por desesperarse y empezó a insultarla gradualmente. Sobre todo en las mañanas, cuando la descubría al lado de su cama abrazándolo mientras dormía. Ella le escuchaba, derramaba unas lágrimas de impotencia y se retiraba sin decir una palabra. Roberto se irritaba porque supuso que era exactamente lo que haría. A veces la compadecía e incluso trataba de entender su dolor poniéndose en su pellejo, pero casi siempre terminaba concluyendo que ella tenía toda la culpa por no tener un poco de amor propio y autoestima, lo que a su vez lo enfurecía aún más pues no quería pasar el resto de su vida atado a una persona con conflictos emocionales.

Un día le dijo que quería terminar porque ya no la amaba más. La espetó en el marco de una discusión intrascendente que no tenía que ver con los sentimientos ni el estado de la relación. Pamela se quedó helada, suspiró profundamente y empezó a llorar sin control. Dejaron de verse una semana, todo un récord en aquel tiempo. Quizá ella esperaba que su ausencia le hiciera recapacitar, pero Roberto, a pesar de extrañarla un poco, nunca se atrevería a buscarla. Al cabo de siete días Pamela regresó. Estaba delgada, descuidada y con profundas ojeras. Quién sabe las cosas por la que había pasado. Sin fuerzas para argumentar razones, simplemente se arrodilló y le abrazó de la cintura. Roberto se conmovió. La levantó de los hombros, le acomodó los cabellos y la besó.

En los días siguientes trató de componer las cosas. Empezó a imaginar que tal vez es bueno tener a alguien que lo quiera tanto y esté dispuesto a todo por él. Lo que no se daba cuenta es que, al volver con ella sólo por aliviar un sentimiento de culpa tras haberse compadecido de su estado, simplemente estaba prolongando la agonía. Cuando las cosas volvieron a la normalidad y ella empezó a mostrarse feliz, sus deseos de alejarse volvieron con más fuerza.

Las cosas no se parecían en nada a una relación normal. Cada dos por tres discutían, él le amenazaba con abandonarla, y ella terminaba sometiéndose a sus condiciones para que no lo haga. Muy pronto Roberto descubrió que tenía un poder enorme y quiso descubrir hasta dónde ella era capaz de soportar. Saber que aún quedaba algo por explorar en Pamela fue el combustible que les dio cierta continuidad.

Es difícil explicar porqué un hombre como Roberto, criado con una familia normal y sin problemas de ningún tipo se haya convertido en un sádico emocional. Quizá tenga razónHobbes cuando dice que el hombre es malo por naturaleza, y que la bondad es una convención social impuesta por puras razones prácticas. En la medida que nadie se lo impida, el ser humano será capaz de ser todo lo malo y perverso que pueda, a menos que haya alguien más fuerte que se lo prohíba.

O tal vez simplemente era un maldito enfermo.

Las humillaciones se multiplicaron, se retorcieron, se ramificaron, cobraron vida propia. Éstas iban desde la prohibición de conversar con amigos o divertirse, soportar sus bromas en las que le decía obesa o estúpida, hasta disponer de su cuerpo como quisiera y cuando quisiera, todo esto sin derecho a reclamo ni retribución.  Pamela era capaz de soportarlo todo por amor, o por el desquiciado concepto que tenía de ése sentimiento. Él la veía sufrir, pero a veces notaba que se complacía representando el papel de heroína, como si fuese una de esas personas llamada al martirio por sus ideales. Los arrebatos de furia de Roberto seintensificaron. Ella cada vez amenazaba con suicidarse, a veces le mostraba las marcas en sus muñecas, otras veces se arrojaba al piso y le tomaba de los tobillos para impedir que se vaya al trabajo. No había agresiones físicas, pero sí forcejeaban bastante. Solamente cuando ambos se cansaban, se dejaban estar y permanecían quietos uno al otro por varios días, hablando de cosas triviales y evitando tocar el tema. Para él era un receso simplemente, para ella una esperanza, una muestra del amor que se tienen y la posibilidad de reconstruirlo.

Así pasaron otros cuatro años más, en una vorágine de gritos y desencuentros salpicada de sosiegos. Sería muy fácil darle un final dramático a esta historia, como un súbito arrebato en el que Pamela le clava el tenedor en el pecho o le canta sus cuatro verdades y termina abandonándolo. Pero no abundan los finales dramáticos en la vida real. En ella más bien muchas personas suelen acostumbrarse a soportar durante años una situación miserable, desventajosa e inútil por miedo a ser abandonadas.

Por eso aún continúan juntos, se han vuelto viejos y sus peleas intensas han dado paso a la madurez y la sobriedad. Incluso en las reuniones con amigos recuerdan algunos episodios de su tormentosa vida juvenil. A Pamela le brillan los ojos al pensar que no se equivocó, pues a pesar de todo sus esperanzas de permanecer unidos se hicieron realidad. Roberto simplemente la mira, se rasca el trasero y le manda por más cerveza.


Escrito por

Paco Bardales

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Publicado en

Diario de IQT

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